Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1272
Legislatura: 1888-1889 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 5 de diciembre de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola
Número y páginas del Diario de Sesiones: 5, 62-65
Tema: Puntos que han de comprender los nuevos proyectos anunciados sobre reformas militares

Verdaderamente, la última parte del discurso de mi distinguido amigo el señor general Cassola me hace dudar de los propósitos que ha querido realizar al hacer uso de la palabra esta tarde ante vosotros, Sres. Diputados; porque ¿qué es lo que ha hecho S.S. como principal tarea en su peroración? Pues defender la integridad de sus reformas con la misma elocuencia con que ha defendido aquí otras veces y cuando venía la caso, cuando eran atacadas; pero esa defensa me parece ahora de todo punto extemporánea, porque nadie ha atacado la integridad de las reformas de S.S.

Pero, en fin, yo naturalmente he de seguir a su señoría en el propósito que ha manifestado de desear que yo aclare los conceptos con que me expresé el otro día respecto del pensamiento del Gobierno en cuanto a las reformas militares. Yo creía que había estado claro y explícito; pero como sin duda no lo he estado tanto que S.S. me haya comprendido, voy a ver si consigo estarlo más, y aunque me parece difícil, porque creo que lo estuve mucho.

Yo dije que el proyecto de ley que contenía las reformas militares presentadas por el general Cassola (porque aquí hablamos de reformas militares como si fueran una novedad las que contiene el proyecto del general Cassola, cuando no es así); yo dije que el proyecto de ley del general Cassola (El general Cassola: Proyecto del Gobierno) y del Gobierno, aceptado por el Gobierno y, y sobre todo, ya del Congreso o de la mayoría, porque había sobre él dictamen de Comisión (ya ve S.S. que voy más allá de lo que S.S. quiere), se presentaba como base de discusión, salvo naturalmente aquellos puntos de verdadero fondo, esenciales, que todo proyecto encierra; y se presentaba así, no para variarlo en absoluto, prescindiendo del criterio del Gobierno y de la Comisión, sino para modificar ciertos extremos, suavizando los principios, pero dejando intactos estos principios mismos.

Así se han presentado todos los proyectos de ley de esta naturaleza, y con tanto más motivo había de presentarse el de las reformas militares con este carácter, cuanto que no podía en manera alguna traerse como bandera de partido lo que se refiere a la organización del ejército, de la fuerza pública de la Nación.

Pero dice S.S.: pues todos los proyectos de ley que se presentan, son de carácter nacional. Claro es que lo son, si se considera que con ellos se trata de hacer leyes para toda la Nación; pero no me negará S.S. que hay proyectos de ley que responden al criterio de partido y que se presentan en contra del criterio de otros partidos, los cuales los presentarían con el suyo propio si estuvieran en el poder.

Yo creería ofender la inteligencia de S.S. si tratara de explicarle la diferencia que hay entre un proyecto que tiene carácter nacional y un proyecto que tiene carácter de partido; y sólo le diré que estos últimos son necesarios, porque si no, no habría partidos, no existirían diferencias entre las doctrinas de unos y otros. (Bien). ¿Comprende S.S. lo que yo quise decir? Pues voy a ver si consigo expresarme con entera claridad, para que S.S. me vaya comprendiendo; y ya que no quiero citar a S.S. proyectos de carácter de partido que se diferencian esencialmente de los proyectos de carácter nacional; ya que me he propuesto seguir a S.S. en su elocuente peroración, me referiré también a los dos proyectos que S.S. ha citado.

El de la Trasatlántica no era un proyecto de partido, ni tenía que ver cosa alguna con el programa del partido liberal representado por el Gobierno en el Poder; pero por esa misma razón vinieron a ser individuos de la Comisión y a ayudar al Gobierno Diputados de todos los lados de la Cámara, y fue atacado por igual por Diputados de todos los partidos, lo mismo por adversarios que por amigos políticos; pero por amigos políticos y por adversarios fue también defendido. Y respecto del otro que S.S. ha citado, del relativo al arrendamiento de la renta de tabacos, nunca, en ningún caso, ni en su conjunto, ni en sus pormenores, ni en nada, declaró el Gobierno que fuera cuestión de partido ni cuestión de Gabinete, y siempre proclamó que era libre, para que los representantes de la Nación hiciesen lo que creyeran más conveniente. (Aprobación).

Pero S.S. duda, por lo visto, de que el Gobierno quiera realizar, tan pronto como ofrece, las reformas militares; porque dice S.S. que al ver las dificultades que el Gobierno ha tenido para realizarlas por medio del Parlamento, ha podido hacerlo valiéndose de decretos, y sin embargo no lo ha hecho.

Tal era, en efecto, el deseo del Gobierno: realizar por decretos las reformas militares, por lo menos en aquellos puntos que más directamente afectan al ejército y que cree de más urgente resolución; y al terminarse las Cortes, sin duda alguna, la opinión y los propósitos del Gobierno eran plantear de esa manera, si no todas, aquellas que fueran posible realizar sin menoscabo alguno de la ley y de las prerrogativas del Parlamento.

Pero estudió detenidamente estas reformas, y observó que aunque podía realizar alguna, era incompleta para los deseos que el Gobierno abrigaba, y mucho más para los de S.S., y que las demás no las podía acometer sin quebrantar la ley constitutiva del ejército, que está vigente, o sin rozar las prerrogativas parlamentarias; y le pareció asunto demasiado grave, no sólo para él, sino para las mismas reformas militares, hacer semejante cosa. Se detuvo, pues, en el camino, y no las planteó por decretos. Pero su señoría dice que, a pesar de estas dificultades, pudo hacerlas el Gobierno, y con ese motivo cita ejemplos de Gobiernos y de Ministros de la Guerra que, habiendo presentado proyectos de ley en la discusión en el sentido de estas reformas que discutimos ahora (porque, como he dicho antes, no hay nada nuevo en la cuestión que se debate, y en este sentido vienen marcando todos los Ministros de la Guerra, desde el general O'Donnell hasta ahora); y no pudiéndolo sacar del Parlamento, plantearon las reformas, no sólo por decretos, sino hasta por Reales órdenes; y añade S.S. que el Gobierno actual, para manifestar su deseo, debió haber hecho lo que hicieron los Ministros que ha citado.

En primer lugar, en alguno de los casos que S.S. ha expuesto no existía la ley constitutiva del ejército que hoy rige; y en segundo, el momento en que los Ministros aludidos hicieron algo respecto a este punto, fue cuando habían terminado las Cortes en las cuales se presentaron los proyectos de ley. Pero si S.S. nos [62] hace cargo a nosotros ahora porque no hemos planteado por decretos lo que S.S. propone en su proyecto de ley; si S.S. cree que hemos debido saltar por encima de todo, incluso por la prerrogativa del Parlamento, para hacer por decretos esas reformas, porque son tan urgentes, ¿cómo no se le ocurrió esto a S.S. antes de presentarlas a las Cortes, con lo cual nos hubiera economizado muchos disgustos y mucho trabajo, y además habría dado al ejército lo que el ejército con tanta ansia desea, según la misma declaración de S.S.? (Aplausos).

Si pues S.S. sabía eso; si sabía que se podían hacer por medio de decretos estas reformas; si sabía que el ejército las ansiaba, y si sabía que iba a llevar con ellas un bien al ejército, ¿por qué pudiendo haberlas hecho por decretos hasta por Reales órdenes, según las trajo a las Cortes? ¿Pero le parece bien al Sr. Cassola que habiéndose sometido a las Cortes S.S. mismo presentándoles esos proyectos de ley que constituyen reformas de trascendental importancia; le parece bien a S.S., digo, que el mismo Gobierno que ha sometido estos proyectos a las Cortes, de las Cortes los sustraiga porque crea que las Cortes no los pueden realizar? ¡Ah! ¿Qué se hubiera dicho, qué hubierais dicho vosotros, Sres. Diputados, si después de creer el Gobierno que las reformas militares eran asunto legislativo por su importancia y por su trascendencia, después de haberlo sometido al Gobierno a vuestra deliberación, después de los debates aquí habidos, después de la controversia que ha ocasionado, este mismo Gobierno lo arranca de vuestra jurisdicción para realizarlo por decreto? ¿Qué hubierais dicho vosotros de este Gobierno? Pero el Gobierno, Sres. Diputados, ha hecho, dentro del respeto que debe a las prerrogativas del Parlamento, y dentro de la importancia que da al asunto, todo lo que era posible hacer, respetando estas prerrogativas y dejando intacta la cuestión al Congreso, puesto que al Congreso estaba entregada; y por medio de una Real orden se ha propuesto seguir un camino realmente en la misma dirección en que están las reformas presentadas; y mientras vosotros resolvéis sobre el asunto, el Gobierno se ha comprometido a no proceder de otra manera que como las mismas reformas indican. ¿Puede hacer más el Gobierno en beneficio de las reformas, para manifestar su deseo de realizarlas pronto, y al mismo tiempo guardar el respeto que debe tener a las prerrogativas del Parlamento? ¿Puede hacer más? ¡Ah! Otra cosa, Sr. Cassola, hubiera sido un acto de dictadura, que el Gobierno no está en el caso de ejecutar, ni en el cual ha pensado siquiera.

Pero después de todo, yo veo una contradicción en los deseos del Sr. Cassola. Dice S.S.: yo hubiera apelado a los decretos; todas aquellas reformas que pudiera haber realizado sin quebrantamiento de la ley, las hubiera hecho por decreto. Pero a renglón seguido dice que si las reformas no se hacen en la extensión con que se han presentado, en toda su integridad, no producirán el bien apetecido. De donde resulta que el Sr. Cassola, por lo visto, quería haber realizado por decreto todo el plan de las reformas sometidas a las Cortes. O S.S. no hacía nada, según la opinión de S.S. mismo, o tenía que realizar por decreto todo lo que en proyecto de ley trajo a las Cortes del Reino. ¿Y era esto posible? ¿Podía haberlo realizado S.S.? Créame el Sr. Cassola: si S.S. hubiera continuado siendo Ministro de la Guerra, no hubiese hecho más ni menos que lo que hemos hecho nosotros, suponiendo, como yo supongo, que S.S. sigue teniendo el respeto debido al Parlamento. Yo creo que S.S. le tiene gran respeto, que hasta le sometió aquello que, en opinión de S.S., podía realizar por decretos. Su señoría, pues, habría hecho lo que nosotros, y no más. ¿Por qué se empeña S.S. en sostener la integridad del proyecto de ley presentado? La experiencia ha acreditado a S.S. que perderíamos esta legislatura, como perdimos las anteriores, en discutir la integridad del proyecto, sin dar vado al asunto ni llegar a resolverlo. Y no porque las Cortes no quieran, sino porque, como S.S. mismo declara, son asuntos de tal importancia los que envuelve el proyecto de ley, que aunque beneficien, en efecto, la organización del ejército y al país, son de difícil resolución.

Ya sé, por ejemplo, que la división territorial militar es defectuosa; que no obedece a la defensa del país, ni a la comodidad del ejército, ni a la pronta movilización de la fuerza armada en caso necesario, ni siquiera a la economía con que debe vivir el Estado; pero también sabe S.S. las dificultades que hay para variar una división territorial que viene de tan antiguo establecida. ¿Le parece a S.S. que es mejor la división territorial política, la división territorial administrativa, la división territorial judicial, o la división territorial eclesiástica? Pues todas ellas necesitan también modificaciones. Pero acometa S.S. esa empresa, y verá el tiempo, los trabajos y los disgustos que le ocasiona el llegar a realizarla, si es que al fin lo logra.

Y en ese concepto decía yo que había cuestiones en el proyecto de ley que habían sido presentadas como base de discusión, para que se fueran acostumbrando los representantes del país, y el país mismo, a conocer que la división territorial militar es mala y que hay necesidad verdadera de variarla. ¿Cómo y cuándo? Cuando las circunstancias lo permitan, y como se pueda y la opinión pública lo reclame. Y no de otra manera se pueden hacer estas alteraciones profundas en la manera de ser de un país, y de un país de historia tan antigua y accidentada como la del nuestro.

¿Quería S.S. sostener la integridad de las reformas militares, tal como S.S. las presentó? Pues yo entiendo que la experiencia le ha demostrado que eso sería retardar las reformas militares en aquella parte que más pueden interesar al ejército; porque la otra interesa al país, y el país, por medio de sus representantes, verá cuándo la debe y la puede realizar. Pero ¿a qué querer involucrar lo que interesa al ejército, para que lo que es fácil sufra en su marcha las consecuencias de lo que es difícil? Sostener la integridad del proyecto de ley de S.S. valdría tanto como aplazar las reformas del ejército hasta poder plantear una nueva división territorial militar, que no sé cuándo podrá realizarse.

Pues bien, mi deseo, al separar del proyecto de ley presentado algunas de las reformas que contiene, aunque no son reformas nuevas, de las que yo llamo reformas militares (y yo llamo reformas militares a lo mismo que así llama el Sr. Cassola, a lo mismo que llamaron reformas militares el general O'Donnell, el general Jovellar y todos los generales españoles), [63] es procurar que se realicen pronto las que ansía el ejército, que ya se sabe cuáles son y lo sabe el Gobierno, y lo saben los Sres. Diputados, procurando no involucrarlas con otras cuestiones que han de dilatar grandemente su realización. En este sentido, pues, yo soy partidario como S.S. de las reformas militares; pero yo quiero seguir un procedimiento que dé por resultado la aprobación de lo que S.S. y yo deseamos.

Pero S.S. (permítame que se lo diga), no ha estado justo con el Parlamento. Su señoría dice esto: "No hay más remedio que hacerlas por decretos. ¿No las hace el Gobierno? Pues como del Congreso no saldrán las reformas, porque se repetirán las interminables discusiones y vendrá de nuevo el obstruccionismo, resulta que el ejército se va a quedar sin reformas".

Si fuera cierto ese argumento, yo diría a S.S. que el Parlamento español no cumpliría con su deber; pero como creo incapaz al Parlamento español de faltar a sus deberes, y sobre todo a los deberes del patriotismo, yo tengo la seguridad de que deseando las Cortes tan sinceramente como S.S. y como cualquier otro Sr. Diputado las reformas militares y dar al ejército lo que al ejército corresponde en sus diversos institutos, que todos son iguales porque todos prestan iguales servicios a la Patria, no tenga S.S. cuidado, las Cortes las discutirán y aprobarán si se presentan con el espíritu, con la tendencia y extensión que he manifestado el otro día, y serán pronto ley; no digo sin discusión, que tampoco es bueno que leyes tan importantes pasen sin discutirse, porque entonces no salen con la debida autoridad, pero sí con aquella discusión moderada que el patriotismo aconseja y que a cada cual su conciencia le dicte. ¿Cuáles son estas reformas? Ya lo dije el otro día: desaparición del dualismo, término de la carrera en un grado superior, en el que, según la opinión general, termina la carrera militar; proporcionalidad en los ascensos al generalato; unificación de las escalas de los ejércitos de la Península y de Ultramar, y una división en la administración militar, que creo no afecta en nada a estas reformas y que no ha de ser obstáculo para que sean pronto ley.

Entre las demás reformas está la del cuerpo de Estado Mayor; pero la actual organización de este cuerpo debe desaparecer por ministerio de la ley, y, por tanto, no es obstáculo para ninguna arma, ni especial ni general; la escuela está cerrada, y ya que el cuerpo se encuentra en la situación que he dicho, no hay motivo para que en él introduzcamos variaciones que, sin favorecer a otras armas, pueden molestar a aquellos individuos que como cuerpo están llamados a pasar a un nuevo estado por virtud de la ley.

Yo lo que quiero, lo que procuro a todo trance, es que a todos los institutos se les haga justicia, pero sin mortificar, sin herir la susceptibilidad de ninguno. Dentro de esta fórmula vamos a resolver los principios fundamentales que he expuesto, con espíritu levantado, siempre atendiendo al interés del ejército y al interés de la Nación; y no tenga cuidado el señor Cassola, que las reformas serán un hecho, y todos las aplaudirán, y todos a ellas se someterán. (Muy bien).

Yo no sé si me habré expresado con bastante claridad esta tarde para el Sr. Cassola. Su señoría cree que hacen falta afirmaciones, y yo no veo una afirmación más rotunda que el articulado de un proyecto de ley. En el articulado del dictamen que presente la Comisión vendrán perfectamente afirmados estos principios, y como principios, en lo esencial, el Gobierno los considera como cuestión de Gobierno, porque los presenta, no como programa político, sino como programa de los trabajos parlamentarios que piensa someter a las Cortes, dando la preferencia a la resolución de las reformas militares.

Lo mejor es enemigo de lo bueno, y aun pensando el Sr. Cassola que lo mejor es la integridad de su proyecto, yo creo que no ha de estorbar lo bueno por defender la integridad de su obra. Vamos a hacer primero lo bueno, y después que lo hayamos conseguido, veremos si es posible hacer lo mejor. Yo espero fundadamente que el Sr. Cassola ha de ayudarnos para la consecución de este fin.

Ha dicho el Sr. Cassola una palabra que a mí no ha dejado de extrañarme: ha dicho que no ha convenido nada conmigo como Gobierno en este punto, y es verdad, porque acerca de esto yo nada tenía que convenir con S.S. Yo, como Gobierno, buscaba el medio de realizar más pronto las reformas militares, que deseo con tanto afán como las pueda desear su señoría; y en este concepto, lo único que procedía de mi parte, era ponerme de acuerdo con la Comisión, para ver si ésta misma, que tenía ya estudiado el asunto, podía modificar el proyecto de tal modo que fuera fácil la resolución de lo que hasta ahora había venido siendo muy difícil resolver. Puesto de acuerdo con la Comisión, ésta podía modificar su dictamen, y una vez que hubiésemos convenido acerca de él, no teníamos que convenir con nadie más, sino ponerlo a discusión; la mayoría, si lo creía bueno, lo aprobaría, y las oposiciones, si lo creían oportuno, harían lo mismo. Cuando hayamos convenido con quien debamos convenir, hablaré con mucho gusto con el señor Cassola; primero, porque es amigo mío y le tengo gran estimación, y después, porque en este asunto es voto de calidad y a mí me gusta contar en todas las cuestiones con los votos de calidad.

Si después de esto S.S. está conforme con el proyecto, yo se lo agradeceré mucho; pero si no, lo sentiré; S.S. combatirá el dictamen y yo tendré el gusto de defenderlo contra la opinión de S.S., siempre sin que las relaciones de S.S. y yo se turben por eso en lo más mínimo. (Aprobación).

Y con esto, Sres. Diputados, y con asegurar al Sr. Cassola que el Parlamento español desea el bien del ejército tanto como S.S. y como yo, y que no ha de poner ninguna dificultad a la discusión de las reformas, créame S.S., no habrá la efervescencia a que se ha referido en sus últimas palabras, sino que la Nación entera esperará, como espera en la actualidad, tranquilamente el fallo de sus representantes en Cortes, y el ejército español, que más que ninguna otra institución debe respeto a las resoluciones de los poderes públicos; el ejército español, que inspira sobre todo en los sentimientos del honor, no ha de dar un espectáculo semejante ante las Naciones de Europa, que nos contemplan ahora como no nos han contemplado hasta aquí, y que siguen con interés todos nuestros actos. (Muestras de aprobación).

No; el Parlamento español puede dedicarse tranquilamente a la discusión de este asunto y tomarse todo el tiempo que sea necesario para resolverlo, en la inteligencia de que mientras lo resuelve, todo el mundo esperará tranquilo, y después de resuelto, el [64] ejército será el primero en respetarlo y obedecerlo (Aplausos). [65]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL